En una sociedad que  rinde culto a la perfección, es imperativo ser listo para no quedar mal ante los ojos de quienes juzgan el actuar ajeno con el cristal de su  propia perfección. Se ha satanizado tanto la equivocación, que es difícil encontrar personas con la valentía de aceptar los errores y aprender de ellos para potenciar su liderazgo personal.

En las culturas altamente innovadoras como es el caso del Silicon Valley, existe una práctica muy bien vista y es la de hablar con naturalidad de los fracasos,   en algunos casos lo hacen hasta con orgullo; enumerar los fracasos es  mostrar la fortaleza de la que está hecho el innovador y hace parte de su hoja de vida,  algo que se hace con naturalidad porque la gente en estas culturas de gran desarrollo e innovación entiende al fracaso como una oportunidad de aprendizaje y no como un  castigo social.  En nuestra sociedad que rinde culto a la perfección, cuando a una persona no le va bien en un proyecto o en una empresa  es castigado duramente,   se le tilda de fracasado  y se le recrimina;   raramente a una persona que ha fracasado,  se le pide que hable de lo sucedido y comparta su experiencia,  pocas veces se le anima a volver a intentarlo y mucho menos  se le tiene en cuenta para participar de un ascenso o nuevo proyecto.

Aceptar la equivocación es la forma de aprender del error, sin embargo,  para algunas personas este paso es bastante difícil y tiene su arraigo en el entorno social; no es fácil aceptar que nos equivocamos cuando pertenecemos a una familia o empresa que recrimina y pone veto a nuestro actuar,  no es fácil poner al descubierto nuestras incompetencias en un círculo donde todos se creen tan perfectos y son tan duros con el actuar ajeno. Una muestra de este arraigo social está claramente reflejado en una  región de mi país, donde se escucha la siguiente frase: ”Primero muerto que confeso”. 

Acepta tus errores,  aprende de ellos y suelta lo que pasó, inicia  un nuevo reto y  vive  ligero de equipaje.

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